Sí el maestro cree en las capacidades de sus alumnos,
estos podrán conseguir aquello que se propongan. Así comenzaba la clase de
pedagogía, haciéndonos reflexionar sobre la importancia que tenemos para
nuestros alumnos, haciéndonos ver hasta qué punto podemos influenciarlos.
Creo que muchos estudiantes, por desgracia, nos hemos encontrado con profesores a lo largo de nuestra vida que se han visto capaces de decirnos qué seremos capaces de conseguir y qué no, sin antes darnos una oportunidad.
El maestro es un guía en el proceso de enseñanza –
aprendizaje de sus alumnos, y como tal debe apoyarlo y “guiarle” para que
consiga sus sueños. Estamos para ayudarlos a que despeguen y vuelen alto, tanto
a nuestros alumnos como a hijos, hermanos, primos o padres. Somos una mínima
parte del universo, por lo que no somos quién para afirmar que serán o no
capaces de hacer los demás, hagámonos entre todos la vida más fácil.
Durante mi etapa de secundaria vivencié una situación
similar. En los tres primeros años de la ESO tuve a la misma profesora de
matemáticas, y esta asignatura nunca ha sido mi fuerte. En cuarto de la ESO había
que elegir entre las matemáticas A (las fáciles) y las matemáticas B (las
difíciles). Yo elegí las B puesto que me facilitaría el aprendizaje de las
matemáticas de bachillerato. Al optar por estas, cambié de profesora. La
anterior maestra cuando se enteró se sorprendió y me dijo que me iba a costar
mucho y tendría que seguir esforzándome como hasta el momento.
Al finalizar el curso, la profesora en cuestión me dio
la enhorabuena porque aprobé todos los exámenes sin problema y con buena nota.
Como futuros docentes, no podemos cuestionar el proceso de enseñanza – aprendizaje de nuestros alumnos, sin cuestionarnos también si nuestra forma de enseñarles es la adecuada.
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